Pasaban los días sin marcar ningún minuto exacto. El calor asfixiante de una ciudad reducida en tamaño la habituaron a vivir en la penumbra de su casa.
Persianas semibajadas proyectaban finos rayos de sol en el suelo. Los suficientes para ver, los suficientes para no ser vista. Para vivir sin caer achicharrada por un sol casi eterno .
El verano la sorprendió como casi siempre lo había hecho.
De nuevo, había decidido dejar todo en suspenso, esperando que las cosas se arreglaran por sí mismas, pero, las cosas, no tenían intención de ayudarla y se iban cargando de polvo como las ruinas que eran.
Los cigarros se sumaban uno tras otro en un cenicero con fondo limitado.
Ni luz, ni aire, ni un cuerpo distinto del suyo en el que ampararse.
Esparcidos por todo el salón un cúmulo de objetos, cartas y fotografías que acumulaban años, deterioro y recuerdos.
Amaré tu paso firme, tus botas rojas, tu mirada retadora.
¿Me quieres? .- preguntarás con sonrisa de niña buena.
¿Me quieres? .- susurraré yo con los labios cerrados. -Te quiero, sí.
Camina.
Sigue viajando por esta vida que te prestaron.
Marca el rastro propio y deshazte del extraño.
Que cada huella marque un eco que retumbe y las montañas caigan con cada uno de tus pasos.
Te seguí en silencio. Jugando con las sombras para que no me vieras. Alcanzando tus pasos y escondiéndome de ti.
Te seguí, aspirando tu aroma a rosas blancas, a jazmines, a orquídeas, a jardín borracho de naturaleza.
Te seguí, atendiendo a tu cuerpo que marcaba el ritmo preciso, que jugaba con las formas y los volúmenes, con la carne y con el sexo.
¡Mírame!.- grité…, y me escondí.
Una noche más frente a un paisaje oscuro y tintineante. Silencioso y precavido. Noche de chicharras y bichos. Noche de naturaleza minúscula.
Te oigo a lo lejos como te desvistes, oigo deslizarse la ropa y bajo ella tu cuerpo desnudo, tu vientre y tu pecho.
Y cae la noche espesa mientras te desvaneces entre las sábanas, enamorada del sueño, amante de otros deseos.
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