Nos creíamos los reyes del mundo y, al igual que Jack en el Titanic, no somos más que náufragos hundiéndonos sin tabla a la que asirnos.

El coronavirus ha levantado la alfombra de España para mostrarnos a todos la mierda que escondíamos debajo de ella.

Aquí no nos libramos ninguno, ni políticos, ni ciudadanos, ni jóvenes, ni mayores, ni el chupacabras.

Aquí todos hemos puesto nuestro granito de arena para crear una sociedad de cartón piedra que se está viniendo abajo y, al igual que en el famoso barco, solo los que van en primera clase les va a resultar mucho más fácil mantenerse a flote.

Los políticos han sido los primeros a los que se les ha caído la máscara de hacedores del bien común.

Para acceder a cualquier puesto del estado (léase funcionario) es necesario pasar por unas oposiciones que muestren tu cualificación para el puesto y de entre todos los aspirantes se premia a quien obtenga la nota más alta, es decir, se pone en sobresaliente, la excelencia.

Ahora bien, si a lo que aspiras es a ser el máximo responsable del funcionariado estatal. Si te presentas para alcalde, presidente de comunidad autónoma o para presidente del gobierno, con que tengas un puñado de votos que te avalen ya puedes llegar a ser la máxima autoridad competente.

Tu curriculum no es necesario que sea brillante, de hecho, no necesitas ni curriculum solo acólitos que te vitoreen y luego una buena campaña de marketing con la que convencer a los ciudadanos para que confíen en ti en vez de al otro perro con distinto collar.

Para ser presidente de #España, o de cualquiera de sus comunidades, solo necesitas un cortejo de pelotas y unos cuantos votos, desde luego, lo que no necesitas es ni haber estudiado ni vergüenza para exponer tus incompetencias. Clic para tuitear

Y ahora, aquí estamos, sufriendo la falta de profesionalidad política de todos los que nos gobiernan.

Algunos responderéis que ciertos representantes políticos son abogados, profesores, juristas, o hasta filósofos, pero, un título no te capacita para llevar a buen puerto este Titanic llamado España.

A nivel de ciudadanos, en nuestro caso también súbditos, ya que tenemos que hacernos cargo de la manutención de una familia coronada, la política se ha popularizado para dar apariencia de democracia, para que todos nos sintamos partícipes de la “fiesta de la democracia” y depositemos nuestra papeleta cual ostia sagrada en la urna de metacrilato cada vez que así nos lo piden.

A nivel de la clase política, dejaron de haber “clases” y cualquiera podía levantar la mano para presentarse a las elecciones.

Y aquí estamos, sufriendo las consecuencias de no haber elegido a los más capacitados de entre todos los ciudadanos si no a los que habían levantado la mano.

Esto es como si te cogiesen por la calle y te preguntasen: Oiga, ¿Cómo quiere morir? ¿ahorcado o fusilado? Y, como no hay la opción de “yo elijo seguir vivo” pues te ves eligiendo entre soga o plomo.

Retomando un poco tema, para evitar las oligarquías, tiranías y plutocracias, se llegó a la democracia (olvidándonos de la opción de la sofocracia), pero en este sistema político, en el que todo cabe, cabe todo menos los méritos.

Y, nos vemos gobernados por personas, que, si bien pueden tener una determinada carrera y ser muy buenos en lo suyo, carecen de una formación global que les permita actuar con clarividencia.

Al menos podrían estar lo suficientemente formados para entender la máxima de “Sólo sé que no sé nada”, tragarse su narcisismo, y encontrar entre todos los ciudadanos aquellos que destacan en sus áreas respectivas para que formen parte de su equipo de trabajo.

Hasta marzo de 2020 no habíamos tenido la constancia de que los dirigentes de este país eran unos ineptos. Lo podíamos suponer, eso sí, por algún tema en concreto, alguna ley inútil o cualquier otro episodio nacional leve.

Todos estaban encantados de conocerse a sí mismos y el sol brillaba eternamente en sus despachos. Sus labores eran inauguraciones, poner las lucecitas de navidad en la ciudad, salir al balcón con los reyes magos, mirar por encima del hombro al resto de los ciudadanos, aparcar a la primera con el coche oficial…y, todo, regado por una buena nómina, algún que otro sobre y muy buenas dietas. ¿Quién no querría ser político con este horizonte?

El problema fue que el año 2019 llegó a su fin y dio comienzo el 2020, trayendo con él un invitado sorpresa.

El coronavirus, cual caballo de Atila, ha entrado arrasando y levantando el polvo acumulado durante años en nuestra sociedad de mediocres.

El #coronavirus, cual caballo de Atila, ha entrado en #España, arrasando y levantando el polvo acumulado durante años en nuestra sociedad de mediocres. Clic para tuitear

Los políticos, responsables de la economía, la sanidad, la cultura, la seguridad y la educación de un país, han sido descubiertos en sus fallos.

Ha quedado a la vista que no han puesto empeño en ninguna de las áreas de las que les habíamos hechos responsables. Han invertido su tiempo en necedades y, nuestro dinero, en cualquier otra cosa que nada tiene que ver con el bienestar de los ciudadanos que fueron decisivos para llegar ellos hasta sus despachos de funcionarios privilegiados.

Las últimas medidas en Madrid, queriendo frenar la pandemia, han implicado “el cierre” de determinados barrios obreros.

Lo que subyace de esta medida es que se culpabiliza a quienes se contagian, obviando la responsabilidad de los gobernantes de dotar a dichos barrios de infraestructuras que permitan no tener que vivir hacinados, de medios de transporte que no les obliguen a viajar agolpados o de centros de salud con medios suficientes para que puedan ser atendidos ante cualquier síntoma.

Nada de mejorar los tiempos del transporte público, nada de incrementar el número de profesionales de la salud, nada de ofrecer ayudas económicas a las pequeñas empresas que deben cerrar. Nada. La solución es no hacer reuniones de más de X personas y encerrarse en casa salvo que tengas que ir a trabajar. Algo que, tratándose de barrios obreros, indudablemente todos tendrán que hacer.

Sin darnos cuenta hemos otorgado el derecho sobre nuestras vidas a una panda de incompetentes que no ceden en su inutilidad.

Sin darnos cuenta hemos otorgado el derecho sobre nuestras vidas a una panda de incompetentes que no ceden en su inutilidad. Clic para tuitear

No reconocen que esta pandemia les ha venido grande, algo que lógico por otra parte, porque ninguno de nosotros sería capaz de enfrentarla sin salir lastimado de ella.

El problema es que se revisten de soluciones que no existen, que anteponen sus intereses megalómanos por encima del bien de los ciudadanos a los que prometieron proteger y que por su falta de honestidad ante lo que pueden, o son capaces de hacer están poniéndonos en peligro con la poca vergüenza, además, de señalarnos como culpables de los rebrotes de la pandemia.  


Comparte ahora...
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin

Los nuevos Torquemadas

Los nuevos Torquemadas

Que España es un país de contrastes ya lo sabemos. En esa idiosincrasia nuestra pendulamos desde la exigencia a poder ...
Leer Más
Cambio de paradigma

Lo que está por venir

Son muchos los que dicen que esta pandemia nos ha igualado porque ataca por igual a ricos y a pobres ...
Leer Más