Que España es un país de contrastes ya lo sabemos. En esa idiosincrasia nuestra pendulamos desde la exigencia a poder decidir hasta la exigencia de que nos dirijan.
Esto viene a colación por la demanda de muchos para que el gobierno regule hasta el más mínimo detalle sobre cómo puede o no puede actuar durante el estado de alarma. La sensación es que si a esas personas no se le dice lo que pueden o no hacer tiene margen para hacer lo que quieran o en caso de error, la culpa no sería de ellos. Lo que se busca con ello es ceder la responsabilidad individual, pero eso sí, luego no me toques mis libertades.
Porque queremos libertad para conducirnos como queramos y obrar como nos plazca, pero si se trata de dar cuentas de lo que nuestros actos conllevan, entonces no, la responsabilidad es del otro. Del que no me ha dicho milimétricamente lo que debo hacer o no.
Esta falta de responsabilidad individual, además de estancarnos en el infantilismo social, ha provocado la aparición de un nuevo espécimen nacional: los Torquemadas 2.0.
España vuelve a ser un país de Torquemadas que buscan la falta en el vecino para mostrarse ellos como ejemplo de supremacía moral.
Se espía al vecino para resaltarlo en el error y señalarlo como la oveja negra social. La intención primigenia de los Torquemadas 2.0 no es la de proteger al resto de la sociedad de los actos que puedan perjudicar el bien común si no la de encontrar el chivo expiatorio en donde descargar esa rabia que no se sabe muy bien llevan dentro.
El otro no puede ser el otro, tiene que ser yo y conducirse como me conduzco yo.
En sociedad existen normas que permiten la convivencia y efectivamente existen leyes que nos protegen de quienes actúan en contra del bien común.
No hay nada malo en desaprobar a quien se está saltando unas normas, no es eso. De lo que hablo es de esos Torquemadas que buscan la falta, que olfatean como sabuesos en busca de una presa a la que increpar para defender su razón y exhibirse como adalides de sus correctos actos.
La situación del confinamiento y del estado de alarma nos ha puesto ante el espejo de nosotros mismos. Algunos han reconocido tener a su Pepito Grillo que les hace conducirse de manera ejemplar sin necesidad de que les dicten lo que se puede o no hacer.
Otros, en cambio, en la trastienda de su subconsciente estaba albergado ese otro ser inquisidor que han dejado salir apelando al bien común pero que, a mí, me recuerda más a aquellos que en nombre de la patria o del partido señalaban a los judíos o a los que no eran afines al fascismo.
Cuando el fascista es el otro
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Corderos y líderes
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