El coronavirus COVID-19 ha destapado el déficit en la sanidad española. Un déficit que ya habían gritado los profesionales sanitarios, pero como profetas en el desierto nadie tuvo a bien escuchar. Al contrario, sus huelgas, parones y manifestaciones no fueron recogidos con los aplausos que hoy se les dispendia de balcón en balcón.

Ahora los miramos como héroes, pero no lo son. Son hombres y mujeres que han protestado siempre para mejorar la atención sanitaria y que ahora han tenido que afrontar una pandemia con las manos vacías, bastante han conseguido para no ser de verdad unos personajes de Marvel.

No invertir en sanidad parecía que no era rentable para ningún gobierno, y es que la “productividad” es la madre de nuestra sociedad. Y, debe ser que curar el cuerpo de los ciudadanos no es económicamente beneficioso.

La realidad nos ha obligado a mirar esas carencias, y en muchos casos, a sufrirlas. Nos rasgamos las vestiduras, pero ya es tarde. Solo queda replantearse si la experiencia servirá de algo y se tomarán medidas para dotar al conjunto de la sanidad de los recursos que precisaban desde antes de esta pandemia.

Hay una reflexión que me asalta durante estos días de confinamiento y que surge a raíz de esta falta de interés que durante años ha tenido la sanidad pública en España. Es la dejadez que se ha tenido y se tiene también por el sistema educativo.

La Educación con mayúsculas no es que todos los niños y niñas tengan derecho a la enseñanza. No, la educación es la de crear ciudadanos con pensamiento crítico y responsabilidad individual que los hagan conducirse como corresponsables de la sociedad en la que viven.

Si el coronavirus ha puesto de manifiesto el déficit de recursos sanitarios también ha desvelado las carencias en educación de muchos.

La COVID-19 ha despertado la locuacidad de algunos, pero hablar, en muchos casos, no es comunicar. Hablar no siempre es transmitir conocimientos porque hablar, hablan hasta los loros.

Se emiten frases hechas, vacías de contenido y mucho menos de pensamiento crítico o, lo que es peor, se adoptan los discursos de otros para ser sus altavoces sin pasar antes por el filtro de la razón. “Que piensen otros” es lo que parece formar parte del ADN de la mayoría de los ciudadanos.

Solo la educación nos salvará de seguir siendo rebaño. Enseñarnos a pensar, enseñarnos a cuestionarnos las cosas que se dan por supuestas, enseñarnos a preguntarnos a nosotros mismos por nuestros propios intereses, valores y comportamiento. Y, sobre todo, dejar de ser los abanderados de otros.

Nadie está ayudando a sembrar la semilla de la reflexión y, dentro de unos años, comprobaremos, como ahora con la sanidad, el déficit que de ello se deriva.

Hay datos que ya muestran lo que ocurre por entender la educación solo como la acumulación de datos. Se cubren expedientes académicos, se aprende la tabla de multiplicar y se apoya el estudio de otros idiomas. Todo muy bien dirigido hacia la productividad, es decir, hacia la economía. Lo que no sea rentable, para qué estudiarlo.

De qué sirve aprender poesía, leer a Homero o dialogar con Platón. Enseñar a contar no es educar, esa educación no nos hace seres libres, seres pensantes, seres responsables de nuestros actos. Al contrario, nos convierte en marionetas de las que otros pueden tirar de sus hilos y que sin la propia voluntad levantan un brazo en alto o imprimen el paso marcado.

Las consecuencias de la reflexión, del pensamiento realmente libre daría lugar a un ciudadano responsable de sus actos que buscaría el bien común al saberse pieza fundamental de este engranaje social en el que vivimos. Por fin dejaría de ser tutelado por el gobierno porque se reconocería un hombre libre, pero no solo libre en cuanto a derechos, sino también en cuando a las propias obligaciones que acogería como necesarias para configurar una sociedad adulta.

Estamos viviendo días en los que se desmarcan aquellos individuos que no necesitan de tutelaje para obrar de manera responsable y los que precisan que se les marquen todas y cada una de las pautas que han de seguir porque o si no, no saben lo que tienen que hacer.

En definitiva, estos últimos no son más que ciudadanos infantilizados que huyen de la responsabilidad individual para poder culpar de sus errores a los otros. Ciudadanos, que, por otra parte, sirven muy bien a los intereses de cualquier partido totalitario puesto que son carne de rebaño.

¿Es por eso que no se presta atención a la educación? ¿es por que se quieren hombres y mujeres irreflexivos? Si es así, vamos por buen camino.


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