Le dio la mano porque le habían enseñado dos cosas: que no podía ir andando sola por la calle y que debía obedecer a todos los adultos.

Con el tiempo también supo que su hermana mayor tenía un sentido de la responsabilidad hacia cualquier persona que estuviera cerca de ella, y más si era de su familia y, era más por eso, que por cualquier otra razón, que nada más pisar la acera, tras salir de casa, la aferró de la mano para evitar que tanto por un traspiés como que por su espíritu infantil de vivir hacia delante le acarreara un disgusto.

Al principio no sabía dónde iban a ir y su cuerpo pequeño, de apenas 10 años, se dejaba llevar como quien confía en una vida regalada.

El camino fue largo, más por sus cortos pasos que por la distancia en sí. Ese camino se grabó en su memoria como realmente lo que fue, el mapa hacia un tesoro.

Nada más llegar a su destino presintió que acababa de abandonar la edad infantil, ya no volvería a ser jamás una niña, sin saberlo, en aquel instante en el que puso por primera vez su pie en el primer peldaño de aquel grandísimo edificio, se vinculó en secreto a él.
Las escaleras anchas, blancas, señoriales…todo era grande para una niña, las condujeron hasta un primer piso, con una antesala de vitrinas en donde estaban acostados, esperando a ser elegidos y despertados, las últimas novedades de la biblioteca, o, a veces, aquellos ejemplares que nunca deberían de ser olvidados pasaran las generaciones que pasaran.

Sintió estar entrando en un recinto tan sagrado como en aquellos en los que la gente se arrodillaba ante un dios.

Su hermana, la conducía como si de un baile se tratase, llegaron hasta un mostrador alto y de madera ennegrecida y mientras su hermana escribía en unos papeles que había solicitado, ella, miraba a su alrededor intentando descifrar el ir y venir de adultos que abrían cajones, rebuscaban en ellos, escribían en papeles y se alejaban por un pasillo que no sabía hasta donde conducía.

Su hermana, después de escribir y escribir, se inclinó sobre ella y como un hada madrina que otorga un don, le entrego la llave mágica que abriría todas las puertas que ella desconocía que unos años después estarían tan terriblemente cerradas. Despacio, como en los momentos que se vuelven eternos, le entrego un carnet con su foto de niña y en la que se leía su nombre junto al de aquel edificio.

Con los años ese carnet fue creciendo con ella, convirtiéndose en el “abracadabra” de todo lo que ocultaba, de todo lo que no sabía que le pasaba hasta que lo leía.

Leemos para saber que no estamos solos y es que en los libros se encontró y encontró todo lo que ignoraba que era y lo que podía ser.

Se acostumbró a refugiarse en la sala de grandes ventanales y contraventanas que la alejaban del exterior mientras le mostraban que no había una sola vida sino millones de caminos que recorrer.

Páginas y páginas escritas sólo para ella, para las pequeñas manos que una vez fueron sostenidas y abrigadas por su hermana mayor, la encarnación de su libertad.


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