Descendió por la primera calle en la que descubrió el olor a mar. Fijó la vista en el horizonte y descansó un instante apoyando la mano en la blancura de una pared mediterránea.
Respiró hondo, lo intentó al menos, y continuó su descenso lentamente. Ya no había prisa, ya había llegado al lugar.
Recordó que la vida no fue fácil, que se había peleado con ella día sí y día también. Pero recordó que su empeño por mirarla de frente, cara a cara, la había convertido en quien era. Supo con claridad, que la vida se fue tejiendo entre obligaciones, miedos, incertidumbres y fracasos, pero también, entre esperanzas, amores e ilusiones.
Llegó donde tenía que llegar, al final del camino que la conducía a la playa. Al final de un duro camino, hizo crujir sus últimos pasos en asfalto y piedra antes de zambullir los pies en esa especie de tierra que parece que te engulle a la vez que te acaricia.
Pisó de nuevo la arena, como la primera vez que estuvo allí con ella. Como la primera vez de todo cuando se comparten las experiencias, los espacios, el tiempo.
Dejó caer su peso en la tierra que se amolda y se sintió como uno de esos granos de arena que caen a ninguna parte en uno de esos relojes sin esfera.
Se contempló así misma sentada sin ella, se contempló así misma sentada con ella. Le contó en voz baja sus noches en vela, sus días con tormentas y cómo se iba deshaciendo como la arena.
Pasaron los recuerdos ante ella como la brisa de la que estaba presa. Miro al frente un horizonte cada vez más cercano.
El peso de los años descendió de sus hombros, resbaló por su espalda y se sentó junto a ella. Allí yacían ahora inertes preocupaciones que no iban con ella, problemas heredados, culpas impuestas, tristezas de otros ojos, lágrimas que no sabían a ella. Y vió como todo ese peso se lo iba tragando la arena…
El horizonte estaba ahora un poquito más cerca.
Quiso sentir el agua entre sus piernas y caminó sin dejar huella hasta la orilla de un mar en calma, un mar cubierto de estrellas. Sintió la caricia envuelta en algas, sintió las manos hundiéndose en el agua, se sintió sirena y dejó atrás un cuerpo que ya pesaba.
Miró hacia el horizonte y, el horizonte ya no estaba. El horizonte ya era ella.
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