La luz del sol entraba por la ventana como de costumbre. Puntual, como siempre. Eterna, hasta que dejara de serlo.

Se volvió a acomodar en el sofá y desde su tumbada posición volvió a cerrar los ojos para seguir soñando.

Esta vez dirigió su mente a otro espacio, a otra realidad suspendida en el tiempo que tenía música de pasado.

Se vio a sí misma de la mano, sostenida por ella, entrelazada con ella.

Un paseo entre palmeras, naranjos, buganvillas y madreselvas.

Un paseo que reproducía al detalle para seguir respirando ese aroma de pasado perfecto.

La felicidad en la palma de la mano. En la piel que se roza queriendo.

Pero, la felicidad es un pez que resbala entre las manos y hay que volver a pescarlo.

La #felicidad es un pez que resbala entre las manos y hay que volver a pescarlo. Clic para tuitear

Y así, vive ella esta vida que sabe, con certeza, que no es bella, pero a la que se le puede robar destellos de felicidad.

Lástima que pocas veces veamos la luz de la felicidad que estamos viviendo y que, igual que las estrellas, solo la descubramos al pasar los años y la percibamos como ese brillar de las estrellas que creemos que existen y no son más que la luz fantasmal de una estrella apagada.

Despacio regresa de nuevo a su cuarto, a su sofá y a las sombras de un sol que ha dado por perdido seguir iluminando.

Un sol que se retira después de ver, una vez más, la escena que ella siempre repite: su cuerpo inerte tumbado en el sofá mientras deja que su mente se aleje de un presente imperfecto, sin indicativo, sin verbo.


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