Perdida la esperanza y la ilusión por lo que está por llegar.
Sin deseo salpicando el cuerpo.
Con el alma apagada como el cadáver que yace esperando la resurrección.
Sólo con los recuerdos brillantes que atormentan por su vivacidad, por su lejanía. A solas con ellos, nos vestimos cada día con un cuerpo nuevo que, en el fondo, solo cubre la oscuridad innata de un alma vieja.
El alma eterna debería desvanecerse y dar paso a nuevas vidas inocentes, por ingenuas, que esperan sin rendirse, que avanzan a pesar del barro.
El universo debería dejar paso a la luz de los inocentes y dejar reposar a quienes descendimos del Sinaí sin tener noticias de dios.
Quiero el tiempo entre las manos desconocidas.
Un futuro con sabor a infancia, con dulces contornos sin aristas.
Una mañana vacía de nada.
Un camino paralelo que nunca se acabe, que nunca se curve.
Quiero el aliento del amor persiguiéndome, encogiéndose si lo observo, creciendo si no lo siento.
La luz eterna de un atardecer perenne, que huela a sal, que susurre siempre.
Naranjas quebradizos de rojos y azules que vencen al negro.
Quiero tardes que devuelvan sueños, que traigan recuerdos, que porten relojes de arena infinita.
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