Hubo una vez un lugar en el tiempo en el que existían seres creadores. Según las artes que desarrollaban los llamaban escritores, pintores, compositores…pero todo eso cambio.
Esos seres solían atender a su condición humana para extraer de ella, y de la experiencia, enseñanzas, conocimiento, sabiduría, contradicciones…y comunicarlo al resto de seres humanos mediante la poesía, el teatro, la pintura, la música, la filosofía, la literatura…EL ARTE.
Hubo una vez en esta tierra redonda de cabezas planas que unas personas quedaban hechizadas por el narrar de otras. Y, a través de lo que exponían, aprendían más de sí mismos y de lo que les rodeaba.
Alrededor de sus manifestaciones se crearon museos, bibliotecas, teatros, auditorios…y aquellos que querían saber más sobre quienes eran, aquellos que querían reencontrarse con su alma, los que esperaban entender un poco más hacia dónde se dirigían, se encaminaban a todos aquellos lugares en donde las mujeres y hombres de carne, hueso, mente y alma, habían dejado sus obras para ser expuestas, compartidas, difundidas, disfrutadas.
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Existió un tiempo en el que los seres humanos eran capaces de comunicarse mirándose los unos a los otros, frente a frente. Se cuenta que se tocaban y que en los gestos que veían en el otro, sabían si sus palabras habían sido entendidas, si habían hecho daño, si habían servido para dar calma. La palabra pronunciada, susurrada o gritada era el medio de comunicación más utilizado y en él, aunque hubieran malentendidos se podía volver a repetir aquello que no se había entendido tal y como se quería decir.
Con la palabra cara a cara se podía saber cuándo se hablaba en broma, con ironía, con sarcasmo o con seriedad, si se estaba triste, enfadado, asustado o alegre.
Pero el tiempo pasó y lo que nos hizo distinguirnos de otras criaturas pobladoras de esta tierra que gira y retrocede se fue desvaneciendo poco a poco. Y, las personas empezaron a bajar la cabeza para “comunicarse”.
La IA llegó, la inteligencia artificial, permitió crear sin necesidad de que existiera creador.
“Leemos para saber que no estamos solos”. Esa frase que puede interpretarse como que el lector encuentra en lo que lee su propia alma, sus emociones, sus sentimientos, sus miedos y que al verlos ahí reflejados sabe que alguien más es como él, probablemente quien escribió las frases que él lee. Ahora, esa frase dejará de tener sentido.
Volveremos a saber que estamos solos. Que a la firma de libros no acudirá nadie.
La IA comenzó siendo como todo, una “broma”, una gracia, una forma rápida y cómoda de desarrollar un tema en apenas minutos. Te facilitaba encontrar respuestas. ¡¡Almas, cándidas!! Las respuestas precisamente, de las preguntas más importantes para el ser humano, nunca han sido fáciles de responder. Pero qué importaba, con la IA podías hablar de todo, escribir de todo y convertirte en “creador”.
Una máquina se ocupará de entretenernos, de escribir relatos técnicamente perfectos y que se adecuen a lo que queremos leer pero, serán relatos sin alma. No los diferenciaremos y sentiremos que nos han tocado la fibra, convirtiéndonos, todavía más, en “carne de marketing”. Se escribirán novelas a la carta que cumplirán solo una función, vender libros.
Y así con el resto de las artes. La IA nos pintará cuadros hermosos con las tonalidades perfectas para el salón de casa. Compondrá piezas musicales para conducirnos al estado de ánimo que deseemos. Todo perfecto, todo lógico, todo logarítmico, todo, pronostico, enfocado al consumo.
El último artista está a punto de exhalar el canto del cisne.
Los que aún soñamos con utopías, tendremos que aprender a discernir lo vivo de lo artificial. Lo creado por obra y gracia del espíritu humano y lo que no es más que un compendio de palabras, notas musicales y disposición de colores formulados por un agente artificial, nunca inteligente.
Yo quiero que me cuenten un cuento que cuente el dolor humano de la pérdida, que cuente el discurso de un soñador que veía gigantes, que cuente que la Nada está a punto de invadirlo todo y el reino de fantasía morirá con la caída de la última pluma besada en tinta.
No, no puede haber “inteligencia” artificial, porque la inteligencia está unida a la experiencia y a las emociones. Lo que está creciendo es un agente artificial al que nos estamos ofreciendo como se ofrecían los sacrificios en el altar. Estamos renunciando a nuestros bienes más preciados: la imaginación, la humanización a través de los sentimientos, el razonamiento libre y propio.
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