Los caminos siempre me condujeron a ti.

Y aunque el amor fuera eterno, la vida desató ese hilo que nos unió.

Llegué a Hydra para beberme la vida y me convertí en tu banquete.

Me convertí en la sangre que fluía en tu cuerpo y tu fluir era mi vida.

Encontré a una hermosa Penélope a la que amar,

pero los días pasaban y mi espíritu la sentía Medusa,

convirtiendo mi cuerpo en piedra, en estación, en pausa.

Y tuve que huir como un Ulises sin destino,

como un Ulises cobarde de su felicidad, cobarde de si mismo.

Zarpé buscando otros puertos, otras sirenas, otras canciones y otras vidas.

Pero tú, mi Penélope, siempre me acompañaste.

Y el tiempo pasó.

Y llegó la barca que siempre llega,

en la que se navega solamente una vez.

Y de ella desembarcaste tu primero para hacer crecer una nueva isla en la que poder atracar yo,

en la que vivir nuestro destino para siempre.

Y después de ti,

sin tormenta,

con la calma de tu recuerdo perenne en el tiempo,

atravesé la eternidad y dejé mi barco a la deriva cuando pisé, tu apenas recién estrenada isla,

cuando llegué a tu Ítaca,

a ti,

a tu cuerpo ya en forma de alma.


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