Las políticas sociales casi siempre vienen cargadas de polémica. Eso de que alguien obtenga algo “gratis” parece que no sienta bien a quienes no lo van a percibir.

En España ya está aprobado el ingreso mínimo vital, es decir, desde el Estado se ofrece una cantidad económica y, ojo al dato, mínima, a quienes no tienen más que un abono para “morirse de hambre”, o morirse, así sin más.

Vamos a recordar una cosa a todos los que creen que viven en el mejor de los países posibles. En España el número de niños afectados por la pobreza es de 2.2 millones. El 28.3% de los niños no tienen recursos para vivir, y aquí diríamos que ni para sobrevivir. Qué significa esto: hambre, malnutrición, más riesgo de contraer enfermedades, más riesgo de convertirse en un “marginado”.

Estos datos, extraídos de Save the children  no solo revelan la pobreza infantil en España, sino la pobreza también de esos adultos que forman la unidad familiar en donde los niños mal viven.

¿El marginado nace o se hace? Claramente se hace.

Junto a los datos de pobreza infantil en este país de banderas también persiste la pobreza sobrevenida a quienes se quedan sin empleo y son demasiado mayores para ser considerados candidatos aceptables en otras empresas.

Personas que llevan sobre sus hombros la crisis que mandó a la calle a miles de trabajadores con el beneplácito de un gobierno que ofreció a las empresas un 2×1 en los despidos. Miles de personas que nadie quiere porque peinan canas y tienen rostros minados de arrugas. Ellos, también forman parte de los excluidos del banquete social.

En España, actualmente, conviven quienes hacen cola para coger mesa en un restaurante con quienes la hacen frente a un comedor social. Y, en esa cola, no están todos los que son. Porque otros cientos se “esconden” por vergüenza, por pudor.

Aprobando el ingreso mínimo vital, no se va a resolver el problema, pero ya es un comienzo, una carta de presentación de quien entiende que nadie quiere ser pobre porque sí. Que la vida, a veces, es muy puta, y te da un revés del que no te levantas.

No se resuelve el problema porque nadie es capaz de vivir con poco más de 400€ al mes. Aunque para el que nada tiene, mucho es.

Para los bien-comidos de este país, lo que ha aprobado el gobierno es una “limosna” que potenciará la vaguería, que será utilizado para gastárselo en cervezas, drogas y seguir en el agujero.

Porque para los bien-comidos, si eres pobre es porque no te lo has currado, te lo mereces o porque “algo habrás hecho, o dejado de hacer, para ser así”.

Debe ser, que los bien-comidos creen que uno se hace rico por su esfuerzo.

Algunas voces se han elevado en contra de este avance en derechos sociales. Debe ser que les molesta no recibirlo o que se pague de “sus impuestos”.

Pues bien, a los primeros, decirles que nada ni nadie les impide donar todo su patrimonio, sustituirlo por una habitación alquilada en un piso compartido y solicitar la ayuda a la Seguridad Social. Es más, los animo a hacerlo y a que disfruten de esa mal-vida que les aguarda.

A los segundos, decirles que yo no tengo hijos, y que con mis impuestos se está pagando la atención pediátrica, los colegios públicos, la construcción y mantenimiento de parques con sus columpios y toboganes almohadillados.

Tampoco soy dependiente, ni anciana, pero con mis impuestos mantengo a aquellos que sí lo son, a quienes trabajan con ellos y a todos los servicios médicos que implican.

Tampoco estoy en el paro, pero, con mis impuestos, se pagan los edificios del INEM, del SEF, sus funcionarios, las ayudas y las prestaciones de quienes sí que lo están.

Yo no hago deporte, y con mis impuestos financio, los pabellones deportivos, las actividades que allí se imparten, el carril bici, etc.

No hacer uso de un bien común no es razón para estar en contra de él ni de quienes sí que pueden y deben beneficiarse.

Si tu vida es de color de rosa, has heredado una fortuna o eres de los que hacen cola para coger mesa en un restaurante, disfrútalo. Y, deja que los demás también puedan sacar los pies del plato y llevarse un trozo de pan a la boca.

La exclusividad de vivir no es tuya, los demás también tienen derecho. Y, si ese derecho no tiene a bien ofrecérselo la propia vida, aquí estamos el resto de los ciudadanos para enmendarlo con leyes que nos hagan grandes en vez de miserables.


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