¿Es posible la desvinculación con nuestro cuerpo? ¿La disociación? ¿Entender que no somos unos brazos ni unas piernas, aunque nos presentemos con ellos?

Cargar con este cuerpo humanoide que la evolución y la genética nos ha prestado es, a veces, y para muchas personas, una carga tremenda.

La identificación del yo con el cuerpo que nos ha tocado en suerte se convierte en una batalla de aceptación diaria.

Creemos que nos valoran por la fisonomía con la que nos presentamos y, es por ello que la cuidamos hasta el extremo. Hasta el extremo de identificarnos tanto con ella que si no salimos con “el ojo pintado” parece que no nos van a aceptar.

La forma de actuar en nuestra vida no es casualidad. Nadie decide que su cuerpo debe mostrarse de una manera u otra por voluntad propia, siempre está condicionado por la sociedad en la que ha nacido y en la época que le ha tocado vivir. No siempre el bronceado ha sido bien visto, ni la delgadez valorada, ni las curvas mal vistas…pero hay algo común en todas las épocas y en todas las sociedades, y es que hay unos patrones estéticos que, de manera inconsciente, se nos han impuesto y que nos abocan a representarlos, aunque para muchas personas suponga una tremenda ansiedad adecuarse a ellos.

No se trata de que no nos identifiquemos con nuestro cuerpo. Yo me identifico con mi 1.50, con mi sexo de mujer y con mi piel morena, pero, una cosa es reconocerte en él, y otra, muy distinta, y es de la que intento hablar, es la de querer identificarte con el canon de la época, con la imposición sibilina de la sociedad, generando una angustia al luchar porque tu anatomía se asemeje a lo que “debe ser”, a lo que está “bien visto”.

Romper con todo ello, con esos patrones que no son elegidos nos acercaría más a la felicidad, nos alejaría de esa esclavitud velada que impone la sociedad. Entender el cuerpo como un medio y no como un fin sería el primer paso para vivir plenamente, para no someternos a la crítica del otro, para valorarnos más como individuos y no como la unión de una cabeza con tronco y extremidades.

Nuestro valor como personas, nuestra identidad, no son el color de nuestros ojos, ni la forma de nuestra nariz, ni el tamaño de nuestras tetas, todo eso no es más que un juego de azar genético.

Nuestra identidad como seres humanos no puede estar vinculada ni a la juventud, ni a la talla de ropa, ni a nuestra estética, ni a nuestros rasgos físicos. Todo eso no es más que la “decoración” de quienes somos, pero no somos nosotros.

[bctt tweet=”Nuestra identidad como seres humanos no puede estar vinculada ni a la juventud, ni a la talla de ropa, ni a nuestra estética, ni a nuestros rasgos físicos. Todo eso no es más que la “decoración” de quienes somos, pero no somos nosotros.” username=””]

Poner la identidad en lo pasajero, en lo efímero, en lo sustituible o en lo que se puede perder, es poner la identidad fuera de lo que realmente es el “yo”.

Yo seguiré siendo yo con 20 años más, igual que era yo con 30 años menos. Yo seguiré siendo yo, aunque sufra un accidente y me amputen una pierna, seguiré siendo yo con o sin el ojo pintado, seguiré siendo yo con 15 kilos más o 5 menos, seguiré siendo yo con pelo o sin él… Yo solo dejaré de ser yo cuando el valor de mí misma lo siga colocando en lo que no es más que circunstancial, dejaré de ser yo cuando quiera adecuar mi cuerpo a una sociedad que hoy valora una cosa y dentro de una década valorará la contraria.

[bctt tweet=”Dejaré de ser yo cuando quiera adecuar mi cuerpo a una sociedad que hoy valora una cosa y dentro de una década valorará la contraria.” username=””]

Dejemos de creer que se nos valora por nuestro cuerpo, que nuestra identidad está en él, los primeros que debemos romper con ello somos nosotros mismos.

La sociedad, esa masa indefinida, puede valorar lo que quiera, pero el individuo puede elegir, decidir y cambiar. Puede defender que su identidad, su estar en el mundo, no está vinculado con su anatomía.

Cuando entendamos que nuestro valor como personas se encuentra en nuestras acciones, en nuestros pensamientos, en nuestros principios y valores, solo entonces, nos importará una mierda como nos vea el otro, si nos acercamos al canon establecido (y no elegido) o no.

La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino no estar preso de lo que no se elige.


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