Llega la noche, a galope, con cascos de acero irrumpe como rey, como dios, y cada noche es la última noche, la esperanza de ver la última noche. Camino hacia ella, pero volverá a pillarme desprevenida.

El camino es lento, de piedras que se han vuelto arena, míseras estatuas desnudas han vuelto al polvo que eran, al que nunca renunciaron aunque tuvieran forma.

Estatua soy yo, pero camino. Estatua esparcida por el suelo, a merced de los vientos. El viento, el viento susurra, o yo lo creo, me susurra que ya llega, que ya llegó el momento, que la noche se aproxima, noto su aliento.

Su olor confunde porque huele a fresco, y la noche no es eso, es angustia, es sentimiento, es recuerdo. La noche es el alma de los muertos. Y ya llega, y yo la espero, pero me sorprende.

Posa su mano sobre mi hombro y ya no es noche, es espectro. Me arrastra con ella al mundo de los sueños, de los sueños que ya no tienen correspondencia.

Veo las estatuas del camino, los que eran polvo, vuelven a tener cuerpo. En mi sueño rozo sus rostros serenos, sus cuerpos ya no sienten, ya no me sienten.

Estatuas inertes en sueños, polvo en el desvelo. Ya no son y fueron. Y cada noche se repite el sueño, y cada día se repite la noche que me escupe este sueño.

Esta será la última noche, la noche de todos los tiempos.


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