Mimetizarse, desnudarse para vestirse con la piel de otro, encontrar en uno lo que exige el otro, el personaje.
La obra de teatro El Cartógrafo, de Juan Mayorga, es la excusa para realizar una reflexión, un punto de inicio para hablar de la realidad, de la sociedad, del miedo, de la barbarie…, del otro.
Mirar, escoger y representar es la consigna que uno de los personajes nos instiga a cumplir para crear un verdadero mapa.
Un mapa representa aquello que queremos mostrar y esconde lo que queremos ocultar. Podemos elaborar nuestro propio mapa personal, aquel que nos configura como seres humanos. Escoger nuestros momentos vitales, los que nos han hecho crecer o morir y que marcan las líneas de quienes somos. Construir el mapa de nuestra vida para rescatar lo que queremos preservar, lo que nos ha marcado, quiénes han influido en nosotros, sin olvidar que por acción u omisión también formamos parte de la representación del mapa de otros.
La obra muestra, además de este trabajo personal que todos podemos llevar a cabo, la realidad del guetto de Varsovia. Una realidad al margen de quienes miran hacia otro lado. ¡Qué hecho más deplorable no querer ver el sufrimiento humano y que jodidamente actual!
En la obra se detalla cuánto cuesta la vida humana, literalmente, la vida tenía (tiene) un precio y aún habiendo cambiado de siglo no ha cambiado la mercadería humana.
Europa se arrincona frente a las atrocidades y el quebrantamiento continuo de los derechos humanos, y hablo de Europa porque es el continente capaz de crear obras de arte mundiales y a la vez dos guerras también mundiales.
Europa no se avergüenza de su pasado de genocidio porque es capaz de repetirlo, esta vez por omisión de socorro. Es un delito no prestar ayuda si presencias un accidente pero si de lo que se trata es de países, entonces te la puedes ahorrar.
¿Sabéis por qué ocurre?, porque no vemos personas, vemos estados, religiones, comunidades, vemos a “los otros”; y un “otros” siempre implica un “nosotros” frente a “ellos”.
Madrid recoge una exposición itinerante sobre Auschwitz en la que se exponen objetos personales de quienes murieron por odio.
Objetos inanimados cargados de una existencia perpetua en el limbo de la historia; recuerdos de unos dueños masacrados, objetos ajenos a su historia y vitales para ser contada y recordada hoy.
Gafas, zapatos, cepillos…objetos comunes, y que pasan desapercibidos, se convierten en contadores de la historia de Europa, de la violencia infinita del ser humano, del odio al diferente, de la imposición del miedo con fines políticos.
Volvamos la vista hacia nosotros mismos y contemplemos nuestro destino a través de los mapas hechos por los que nos precedieron. Rutas marcadas con sangre que debemos volver a recorrer para limpiarlas, para no olvidarlas, para crear otras nuevas en donde el abono no sea la propia carne humana. O acaso, ¿está ya todo perdido?